Ha pasado más de medio año desde el comienzo de la pandemia de COVID-19 y la implementación de medidas para combatirla: primero el confinamiento, y luego, todas las limitaciones y normas de seguridad para tratar de evitar la propagación del virus. En estos días, y sin saber a ciencia cierta cuánto queda por recorrer hasta que toda esta historia por fin se termine, toca lidiar contra otro gran enemigo: el cansancio.
Las restricciones, las malas noticias y, sobre todo, la incertidumbre generan una fatiga mental que pueden derivar, a su vez, en otros problemas. "Nuestro estado de ánimo empieza a desfallecer –confirma el psicólogo clínico Jordi Jordi Artigue–: "En esta situación, las capacidades para la adaptación a un contexto incierto se van agotando".
Como consecuencia, continúa el especialista, puede aparecer una "falta de motivación para realizar nuestras tareas cotidianas, personales, familiares y profesionales, si es que no hemos perdido el trabajo". Además, en momentos como este, "la esperanza disminuye y la mente se ve ocupada con más frecuencia por sentimientos depresivos; la tristeza por el presente y la preocupación por el futuro aparecen con mayor asiduidad y empezamos a desconfiar, a tener inseguridad respecto a lo que vendrá".
Uno de los síntomas más comunes de una situación como esa consiste en una sensación de cansancio o agotamiento físico "que no remite con las horas de sueño", según explica el también psicólogo Jose Luis Gonzalo Marrodán. En muchos casos aparecen estados de apatía y desmotivación, una suerte de desgana generalizada.
Y también otras sensaciones, como una tristeza continua, ansiedad excesiva y dificultades de atención, además de otros "síntomas psicosomáticos", es decir, malestares que no tienen causa orgánica alguna, sino que son fruto del estado mental o emocional.
Artigue, por su parte, enumera algunas posibilidades de reacción o de comportamiento muy comunes en estas circunstancias:
Toda esta situación genera un incremento de la ansiedad, que por lo general es lento y progresivo, aunque en ocasiones se acelera, sobre todo cuando existen dificultades añadidas, como el fallecimiento de un ser querido o problemas económicos.
En consecuencia, a menudo aparecen otros resultados negativos: pérdida de motivación, pensamientos circulares u obsesivos en torno a un tema para evitar pensar en la pandemia, preocupación excesiva por el cuerpo, alteración del ritmo del sueño, problemas alimenticios (pérdida del apetito o abuso en la ingesta de comida), deterioro de las relaciones con las otras personas, etc.
Cuando estos síntomas, aislados o juntos, persisten (durante un lapso "difícil de definir pero orientativamente mayor a un mes", apunta Artigue), la persona puede comenzar a sufrir estrés crónico. Es decir, un grado de ansiedad patológica que puede ocasionar numerosos trastornos en el organismo. Y que se produce, en palabras de Gonzalo Marrodán, si "el foco de estrés no se resuelve, no desaparece, o cuando las demandas de la situación estresante sobrepasan los recursos de la persona para hacerle frente".
¿Qué se puede hacer, entonces, para prevenir este problema mayor? Los expertos proponen una serie de consejos al respecto.
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